Desde el día que nació fue una niña excepcional. Era la
novena hija en una familia tradicional. La llamaremos Nerva. Tenía cabello
hermoso, ojos radiantes y una sonrisa llena de paz. Creció como todas las niñas
de su edad, rodeada de sus hermanas y hermanos, que la querían mucho. Para
Nerva todos los días estaban llenos de aventuras: trepaba árboles, perseguía
mariposas y, de vez en cuando, tenía raspones de brazos y de rodillas, caídas
de los árboles o de las bardas. Pero, de ella no voy a hablar.
Hablaré de su hermana, un año mayor, a quien conocemos como
Chuchín. Una niña delgada y pequeña, bien portada, siempre limpia y perfumada.
Desde pequeña aprendió a coser y a cocinar, era una hija ejemplar.
Evidentemente, los polos opuestos Nerva era traviesa y
Chuchín toda paz y tranquilidad.
De vez en cuando Nerva observaba a su hermana, le sorprendía
que Chuchín platicaba y jugaba sola, reía a carcajadas, repartía comida, como
si hubiera muchas personas con ella. Cantaba y bailaba como tomada de las manos
con alguien más.
Cierto día Nerva se dedicó a seguir a Chuchín y, ¡oh
sorpresa!, la que se llevó, parecía que era el día más feliz de Chuchín, estaba
vestida como de fiesta, bien
peinada y perfumada. Los ojos de Nerva se hicieron grandes
al descubrir a las amigas de su hermana, unas niñas hermosas vestidas de
blanco, cara angelical y cabellos de oro: unas criaturas resplandecientes.
Todas reían y, justo en el ocaso del día, con los últimos
rayos de luz como testigos, tomadas de las manos, salieron de la casa las niñas
y Chuchín.
Nerva se acercó a Chuchín y, con cierta discreción,
preguntó: ¿A dónde vas hermana?, me voy con ellas, respondió. Nerva insistió:
llévame contigo, Chuchín respondió, sólo puedo ir yo, no puedes venir.
Las niñas la jalaron para llevarla a prisa, ¡oh, no!, era
raptada por un grupo de niñas vestidas de blanco, se la estaban llevando, lo
más preocupante era que ella iba feliz, bailaba y cantaba; todas iban tomadas
de las manos.
Nerva no sabía qué hacer, ¿qué hago?, pensaba, la sigo, y
¿si me llevan a mí también?, corrió a decirle a su mamá y, juntas, fueron a
alcanzarla. Todas las niñas avanzaban juntas con rumbo desconocido.
La mamá gritó: ¡Chuchín, regresa! Ella volteó, dudó un poco
y regresó. Las niñas sacaron sus alas, dijeron adiós y desaparecieron rumbo al
cielo, para siempre.
Desde entonces Nerva tuvo que dividir su tiempo en explorar
el mundo, trepar bardas y cuidar a su hermana.
Escrito por Emma Ibáñez