sábado, 22 de noviembre de 2025

Nacho, ¿Vienes por mí?

En un frío y misterioso dos de noviembre, un caminante solitario se encontraba perdido en las brumas del destino. Sus inseguros pasos lo llevaban por un camino incierto, y sus pensamientos, inquietos, se debatían entre la duda de si se dirigía al trabajo o si, de alguna manera, provenía de un lugar olvidado.

En medio de su confusión, sus sentidos se volvieron especialmente agudos, y comenzó a percibir los sonidos del más allá que se filtraban en el aire. El eco melancólico de una sonata desconocida llenó sus oídos, una música que parecía emanar de una lúgubre casona con imponentes balcones que se alzaba en el horizonte. Era la siniestra y enigmática "Sonata del Diablo" de Paganini, una melodía que, en aquel día de los difuntos, cobraba un poder sobrenatural.

La casona, envuelta en sombras, parecía estar en un estado de perpetua penumbra, como si el tiempo se hubiera detenido en ese lugar. Los balcones eran como ojos oscuros que observaban el mundo con una inquietante curiosidad. Y en uno de ellos, destacando entre la negrura de la fachada, se alzaba una hermosa dama vestida con ropas del pasado, una figura etérea que parecía no pertenecer a este mundo.

La dama, con un cabello dorado como un rayo de sol contrastaba con unos ojos profundos como abismos, fijó su mirada en el confundido caminante y, con una voz susurrante, le dijo: "Nacho, ¿Vienes por mí?".

El caminante sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo mientras la mirada de la dama lo atrapaba, como si sus palabras fueran un llamado desde la otra vida. No sabía si debía temer o dejarse llevar por esa presencia sobrenatural, pero en ese momento, en ese Día de Muertos, comprendió que los límites entre el mundo de los vivos y los muertos eran más tenues de lo que jamás había imaginado. En ese cruce de caminos entre lo real y lo fantasmagórico, su destino se volvía incierto, como la bruma que envolvía la casona y la melodía del Diablo que se entrelazaba con el viento.