sábado, 22 de noviembre de 2025

Nacho, ¿Vienes por mí?

En un frío y misterioso dos de noviembre, un caminante solitario se encontraba perdido en las brumas del destino. Sus inseguros pasos lo llevaban por un camino incierto, y sus pensamientos, inquietos, se debatían entre la duda de si se dirigía al trabajo o si, de alguna manera, provenía de un lugar olvidado.

En medio de su confusión, sus sentidos se volvieron especialmente agudos, y comenzó a percibir los sonidos del más allá que se filtraban en el aire. El eco melancólico de una sonata desconocida llenó sus oídos, una música que parecía emanar de una lúgubre casona con imponentes balcones que se alzaba en el horizonte. Era la siniestra y enigmática "Sonata del Diablo" de Paganini, una melodía que, en aquel día de los difuntos, cobraba un poder sobrenatural.

La casona, envuelta en sombras, parecía estar en un estado de perpetua penumbra, como si el tiempo se hubiera detenido en ese lugar. Los balcones eran como ojos oscuros que observaban el mundo con una inquietante curiosidad. Y en uno de ellos, destacando entre la negrura de la fachada, se alzaba una hermosa dama vestida con ropas del pasado, una figura etérea que parecía no pertenecer a este mundo.

La dama, con un cabello dorado como un rayo de sol contrastaba con unos ojos profundos como abismos, fijó su mirada en el confundido caminante y, con una voz susurrante, le dijo: "Nacho, ¿Vienes por mí?".

El caminante sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo mientras la mirada de la dama lo atrapaba, como si sus palabras fueran un llamado desde la otra vida. No sabía si debía temer o dejarse llevar por esa presencia sobrenatural, pero en ese momento, en ese Día de Muertos, comprendió que los límites entre el mundo de los vivos y los muertos eran más tenues de lo que jamás había imaginado. En ese cruce de caminos entre lo real y lo fantasmagórico, su destino se volvía incierto, como la bruma que envolvía la casona y la melodía del Diablo que se entrelazaba con el viento.



lunes, 6 de noviembre de 2023

Helena, Micha y Chuculuco

Helena vive en un Rancho, sus padres, Dulce y Raúl, la aman como nadie ha amado jamás y sus abuelos y tíos la consienten sin medida. Su mejor amiga es Micha, la gata que habita la casa desde antes que ella naciera.

Helena vive un sinfín de aventuras dentro del Rancho: visita a los patos, juega con los perros, persigue mariposas, trepa árboles y hace travesuras con Micha.

Una mañana cualquiera, jugaba con su amiga Micha, cuando esta le dijo: - ¡Helena!, mira, tras la lavanda está escondido un tigre-, - ¡¿qué?! Un tigre detrás de la lavanda, no es verdad, me engañas, -, -sí, ahí está, ¿no lo ves?, ¡vamos Helena!, tienes que verlo, anda, salgamos a saludarlo-, - ¡espera!, me da miedo-, -no tengas miedo, yo te protejo. Y sin decir más, salieron a encontrar al pequeño tigre que permanecía escondido tras la lavanda.

 -No lo veo, Micha, ya ¡deja de jugar!, me estás haciendo enojar-. Helena no veía al pequeño tigre porque este ya había trepado a la punta de la enorme magnolia que adorna el patio de su casa.

-¡Ahí está!, ¡míralo!-, dijo eufórica Micha, al tiempo que emprendía el salto rumbo a la punta de la magnolia, salto que Helena detuvo jalando fuerte la pata derecha de su amiga. Cuando Helena descubrió al tigre, se quedó un momento en silencio, observando, jamás había visto un animal de esta especie, no sabía qué decir, estaba paralizada. -¡Está hermoso!-, fueron las primeras palabras que salieron de sus labios, al tiempo que abría aún más los ojos llenos de sorpresa y alegría.

Mientras Helena permanecía asombrada, Micha trató de convencer al tigre de bajar: -ven amigo, qué haces allá arriba solito, baja aquí con nosotras.

Después de un rato de espera el tigre bajó cauteloso, con mucho miedo.

-¿Cómo te llamas?-, preguntó Helena, -Chuchuluco-, respondió temeroso el tigre, -¿Cómo llegaste aquí?-, preguntó Micha, -no sé, sólo recuerdo que un día salí de mi casa, caminé sin rumbo y me perdí, caminé y caminé por tierras desiertas hasta que llegué a este lugar-, respondió Chuchuluco. -¡Pobrecito!, dijo en tono triste Helena.

Helena y Micha escucharon atentas la historia de Chuchuluco.

Estaba perdido, salió de su casa y no sabía dónde vivía su familia ni cómo regresar. Los tres se abrazaron en silencio, hasta que se escuchó la voz animosa de Helena: - ¡Te quedarás a vivir con nosotras!-, y jalándolo de una pata lo llevó a recorrer el Rancho. A Chuchuluco todo le pareció hermoso, conoció a los papás y a los abuelos de Helena, a los perros, a los patos, se quedó admirado con la cascada, con las plantas, con los volcanes, se sintió muy feliz, el Rancho ahora era su casa.

Desde ese momento, Helena, Micha y Chuchuluco son los mejores amigos dentro del Rancho.

Para Helena Ortiz Cortés, con mucho cariño

María Emma Ibáñez Mancera 

jueves, 4 de mayo de 2023

Leyenda del otro mundo



Era la noche del 2 de noviembre de un año lejano, en una casona de la calle Morelos, la familia descansaba de un día de mucho trabajo. Reunidos en la recámara principal leían cada uno muy interesado en su tema.

El interés dl padre era el tema político, el hijo mayor disfrutaba historias d vampiros escritas por Ann Rice, mientras el segundo hijo prefería experimentar con la electrónica, las hijas y la madre también leían. La habitación estaba en silencio, todo estaba en reposo.

De repente se apagó la luz y se empezó a escuchar una estación de radio, voces en otro idioma que parecían apuradas, mensajes atropellados matizados de sonidos de interferencia; todos intentaban entender los mensajes, pero eran un código desconocido.

Se veían cosas extrañas, hombres que iban y venían entre primitivos cadalsos y hogueras, parecía que estaban en otro país, en otra época con otras costumbres. Nadie les prestaba la más mínima atención, como si no existieran.

Fueron siete largos segundos, la familia estaba intrigada, pero nadie dijo nada ni hizo ningún movimiento. Regresó la luz y el sonido se fue, ellos perplejos e intrigados reconocieron su habitación, no comprendieron que habían sido transportados a otra dimensión.

Desde aquel día, cada 2 de noviembre a las 9 de la noche con nueve minutos si pasas por esta casona verás que la habitación por unos momentos aparece la familia, de manera intermitente se va y regresa la luz, se visualizan los personajes como si fueran hologramas.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Una leyenda de la llorona en la Revolución

Cada mañana al despertar el alba, salía en busca de alimento, miraba con cautela que no estuvieran soldados o guerrilleros acechando, entonces buscaba entre las milpas, calabazas, frijol, quelites o quintoniles; cualquier alimento era bueno, inclusive un tesito de manzanilla o toronjil les caería bien a sus hijos.

Pero ese día, sus niños se quejaban aún más que otros días y a lo lejos la detonación de las armas la tenía inquieta, ella no podía salir y en el clecuil había muy poco para comer.

Las ampollitas rojas en la piel de sus niños aumentaba,… ¿qué hacer?, pensaba,… los disparos seguían.

Estrepitosamente, la puerta se abrió, escuchó la voz de su padre “¡Mujer, esconde a m'ija y a los niños que vienen los federales!”, su madre la empujo juntó con los pequeños al hoyo hecho en el centro de la cocina, los cubrió con una  loza, encima acomodó el clecuil y empezó a hacer tortillas, tortillas hechas de jilotes del maíz y de tejocotes, que era lo único que encontraron en el campo.

Entre lamentos y sollozos de los niños, la hermosa mujer los acariciaba y sentía su piel húmeda y pegajosa, ¿qué tienen, por qué están así?

Escuchó voces de hombres que exigían la poca comida que había, con voces altisonantes pedían ver a las mujeres, “las queremos como esposas”, decían, pero sus padres como muchos otros las escondían debajo del fuego.

La oscuridad seguía y el suspenso de que los encontrarán hacia latir fuertemente su corazón. La detonación de un arma la hizo sobresaltarse aún más. Los gritos de dolor y de angustia de su madre le desgarraban el alma, después el silencio, un silencio sepulcral permeaba el lugar.

Tenía miedo de salir, miedo hasta de moverse, estaba petrificada y a la vez tranquila de no escuchar a las risotadas de los soldados, ni los lamentos de sus hijos, ni la angustia de su madre, parecía como si se hubiera ido.

Pasaron minutos, quizá horas, tal vez…, no lo sé…, ella no supo cuánto tiempo permaneció ahí, cuando por fin se atrevió a salir, encontró el cuerpo de su padre junto a la puerta y junto al fuego, la medallita que su madre siempre llevaba para que la cuidará, pero su madre no estaba, “¡Se la llevaron los soldados!” gritó con un lastimero lamento… “¿y  sus pequeños?”, regresó de un salto al hoyo que los resguardaba.

Quietos y en silencio, yacían los tres niños con las manitas pegadas entre sí, las llagas los cubrían por completo, el  supor que emanaba de sus cuerpecitos los había compactado, la varicela, terrible enfermedad había consumado su vida. No pudo llevar a sus hijos con la curandera, ahora era demasiado tarde. El dolor la embargaba, más vidas inocentes había cobrado la guerra entre los mexicanos, sus pequeños hijos, la muerte de su padre y el rapto de su madre.

Desde entonces, en  esa hora fatídica, se le ve recorrer los sembradíos y se escucha un lamento desgarrador.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Mi casi tío: El Charro Negro


No sé ustedes, pero yo lo recuerdo muy bien, alto y delgado, sonriéndole al mundo y coqueteándole a la vida. Nunca me cansé de mirarlo, admiraba la manera en que se rasuraba, ¿Cómo era posible que no se cortara?, la navaja era fina y el pulso debió haber sido muy bueno, lo miraba todos los días leer el periódico y hacer ejercicio, aunque he de confesar que no me gustaba verlo cuando tenía mucho trabajo, menos escuchar su voz llamándome para que le ayudara, eso sí que era terror para mi. Recuerdo que algunas veces llegaba a la casa en estado inconveniente y siempre con un amigo, así que, ya se imaginarán, desfilaron por nuestra casa muchos amigos, casi hermanos de mi padre, o sea, casi mis tíos, de los cuales no guardo mayor detalle, excepto de uno.
Una noche de noviembre llegó a la casa acompañado por un hombre misterioso, vestido de negro, cubierto por un gabán y un sombrero que no dejaba ver su cara, estuvieron un buen rato platicando y cantando, ¡cómo nos divertía escuchar la hazaña del león!,  ¿o era trigre?, en fin, ahí estábamos todos los hermanos embelesados con la escena, —¡qué amigo tan enigmático!, ¿de dónde vendrá?—, decíamos. La plática se prolongó y poco a poco se perdió el interés por la visita y, cuando me di cuenta, estaba yo sola, entretenida, mirando, escuchando atenta, confieso que siempre he sido muy curiosa.
Llegada la media noche parecía que el invitado se retiraba, se levantó y le dio un fuerte abrazo a mi padre, pero —¿Por qué caminan para allá, si la puerta está de este lado?—, —tal vez ya están dormidos y no se dan cuenta—, los seguí, iban directo al solar, abrazados, tambaleándose, —creo que ya se a qué van, esperaré a que regresen—. En ese instante escuché la voz de mi papá: —Oye canijo, ¡Hijo de la tiznada!, ¡espera!, ¡espera!, ¡déjame!, ¡ya chupó faros!, me acerqué cautelosamente para saber qué era lo que pasaba, justo en ese momento mi papá corría para la casa, —mejor que digan que aquí corrió, que aquí murió— murmuraba para esconder el terror que le invadía.
Alcancé a ver al amigo, casi  hermano de mi papá, montado en la barda que da a la calle Iturbide, la luz de la luna lo iluminaba, pude ver su cara, quiero decir su esquelético rostro, sin carne, vacío, pero no me dio tiempo de examinarlo, pues justo en ese momento sacó las manos huesudas que escondía bajo el gabán para llamar a una bella chica que transitaba por la calle oscura, ella se acercó de inmediato, parecía hipnotizada, él la tomó de la cintura y, no sé cómo, apareció un caballo, montaron en él y emprendieron el camino, perdiéndose en la oscuridad, solo los cascos del caballo retumbaban en el silencio de la noche. Sorprendida, me quedé muda e inmóvil, era el Charro Negro, aquél que tanto mentaban que se aparecía en nuestra casa y que yo no creía, ahora lo sabía, estuve tan cerca de él, mi papá lo trajo a la casa, bueno, tal vez vivía aquí y nunca se había dejado ver, era una total confusión, miedo y sorpresa. Ya no supe más, por la mañana, cuando desperté, miré alrededor, todo parecía tan normal que creí haber soñado con el Charro negro, sin embargo, desde entonces, no solo miraba a mi padre por su arreglo y sus costumbres, también lo miraba porque no comprendía cómo se hizo amigo del Charro Negro.



Escrito por Emma Ibáñez.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Las brujas del cerro del Amolo




Hace mucho tiempo en una noche lluviosa en el pueblo de Juchitepec…
Se dice que en el cerro Amolo se aparecían dos brujas como a las 3 de la mañana.
Bajaban del cerro a asustar al pueblo y a buscar bebés llevárselas y chupar su deliciosa sangre.
Un soleado día de noviembre, una familia se preparó para ir de picnic al cerro del Amolo, llevaban a su bebé. Cuando llegaron al lugar elegido prepararon sus cosas de campaña para quedarse esa misma noche.
Como tenían dos hijas, un niño y una niña, ellos decidieron ir a jugar, después de un rato cayó el anochecer y la mamá les llamó para cenar, el niño vio una luz y no le dio importancia y siguió cenando, ellos se prepararon para dormir.
A las 3 de la madrugada escuchando ruidos extraños como risas y conversaciones en la casa de campaña de los niños.
Las brujas llegaron a la casa de campaña de los niños, pero no vieron al bebé, así fueron a la otra casa campaña y vieron al bebé y se lo llevaron y a la mañana siguiente el bebé ya no estaba con ellos.
Su mamá y papá desesperados buscaron por el cerro hasta que encontraron su bebé pálido y frío, sin una gota de sangre en todo su cuerpo, sus papás muy tristes decidieron nunca jamás ir al cerro y lloran por siempre la ausencia de su pequeño hijo. 

Escrito por Naydelin.

Leyenda del portal fantasma



Una vez un niño llamado Zarlo estaba jugando el videojuego de portal 2 en la penúltima misión de la primera parte. A Zarlo se le abrió un portal al juego al cual él curioso se metió y nunca volvió, deseando salir las máquinas lo atraparon desde adentro y lo hicieron prisionero.
Cada vez que un niño llega a ese nivel, Zarlo intenta salir por el portal que se abre, pero no puede porque es un alma virtual.
Desde entonces su familia lo busca sin darse a saber que su hijo está en el juego.

Por eso les digo que sean moderados con el tiempo del videojuego no los vaya a atrapar el portal. 

Autor: Oscar Alejandro.